sábado, 17 de febrero de 2018

La adivina.






Al entrar en el cuarto, la acoge el aroma del café y el pan caliente y la fruta fresca,
como un abrazo.
Como un refugio.
El día es gris y hace frío fuera.

La evocación surge como un viaje inmediato.

Y siente el frío de la montaña en el rostro y por debajo de la bufanda y los guantes y el anorak.
El frío del invierno, derrotado por la energía interior generada al caminar, subidas y bajadas.
Olor a pino, tomillo y romero nutriendo los pulmones y la sangre que riega este cuerpo.
Nutriendo la mente y algo más profundo, si lo hubiera,
esa profunda inspiración.
Abre la puerta de un restaurante de montaña, madera y luz gris, que atraviesa las cristaleras y baña el espacio.
Sopa de cebolla caliente y vino tinto.
Salud!
El brindis siempre le suena como la mejor oración de gratitud en la mesa, antes de empezar a comer.
Salud! Se miran a los ojos como los girasoles en días sin sol. (*)
Nunca puede empezar a comer si no ha brindado primero.
Salud!
El brindis es su mejor oración.
Recupera la sonrisa y desde ese centro puede empezar a comer,
puede seguir viviendo.
Desde el centro.


(*) Dicen que los girasoles, cuando no brilla el sol y no pueden mirarle para absorber energía, se miran los unos a los otros.
No miran al suelo o a la lejanía. No se quedan mustios o apocados, esperando el próximo día soleado.
A falta de sol, se miran los unos a los otros para transmitirse energía.




El resultado de la biopsia fue que se trataba de un cáncer.
La zona es delicada, dada a muchas complicaciones si decidimos operar, especialmente por la edad avanzada. Lo mejor es dejarle vivir en paz.
Cuánto tiempo?, preguntó la hija.
Un año.

Es extraño, decía ella. Me siento como si una adivina me hubiera revelado cómo va a ser el próximo año.
Las complicaciones, las visitas médicas, la degradación, el final,
y quienes nos quedamos para seguir adelante.
Sus cosas ya sin alma; su casa, su ropa.
Soltar también sus cosas, esa parte de él.




Pero en realidad la "adivina" nos lo está diciendo siempre.
No necesitamos una adivina con bata blanca o bola de cristal.
No hay que ir al oráculo de Delfos para saber lo que va a acontecer el próximo "año",
aunque cambien los detalles.
Esa comprensión fue la que llevó al príncipe Sidharta a abandonar el castillo ("ese refugio tan cozy").
Después de todo, era cuestión de tiempo, perderlo.
Lo soltó todo, su zona de confort (después de todo, era cuestión de tiempo acabar soltándolo todo)
y se entregó a la búsqueda, a investigar cómo liberarse de ese dolor
tan absurdo (sufrir por la pérdida de algo que sabemos que no poseemos)
y tan profundo.

Así que nos abrimos al mensaje de la adivina y comprendemos lo que nos depara el próximo año.
Y, como Sidharta, decidimos aprender a vivirlo.
Y así es como descubrimos que el sueño no guarda tantas sorpresas.

Y que "todo saldrá bien".





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