lunes, 9 de octubre de 2017

El karma.






Cerveza amarga.
Mediodía de otoño en el terrado.
Sol y aire, que empuja a las nubes viajeras.
Cielo claro y luminoso por detrás de las nubes blancas y grises, como gigantes copos de algodón.
Silencio de mediodía roto por el canto de las gaviotas.
El calor del sol suavizado por un aire ligero.
Derroche de vida.
Aquí y ahora, esta abundancia.

Nadie diría que al otro lado hay un película de conflicto y confrontación, pero la hay.
Superposición de películas.
El guión kármico continúa su desenlace. Kármico.
Pero en cualquier momento puedes soltar y contemplar el sueño en la pantalla.
Tiendes la mano y no hay nada, por detrás de las imágenes, tan "reales",
aun cuando "duele tanto como si existieran".
Este guión kármico personal,
y colectivo,
arrastrado desde tantas generaciones atrás.





Inspira, y el aire que la habita no resulta amenazador.
"El otro" no es amenazador,
y pasa a ser una misma.
Espira
y disfruta de soltar, de la ligereza y de la entrega.
Inspira,
y se llena de energía,
este nudo de energía al que a veces llama "cuerpo"
y a veces "yo".
Como agua vertida en agua,
como aire vertido en aire.

Espira y se disuelve fuera,
y cada vez hay menos "fuera" y "dentro".

Inspira
y ya no hay quien inspire.

Y la espiración es como un latir del cosmos.
Profundo descanso gozoso en esta entrega,
en esta disolución.
Nada que hacer, ningún lugar a donde ir.




Luego abrirá los ojos y se pondrá su traje del personaje en su mundo kármico.
Como un juego virtual.
Reducida la ansiedad, ahora que sabe que la Vida (el karma)
es como una madre paciente
que te da una y mil y un millón de oportunidades,
hasta que comprendes.

Ella ya no tiene prisa, ni ansiedad,
porque ama a su madre y confía plenamente en ella.
Se entrega.
Hace mucho tiempo que abrió sus manos y dejó caer todas las armas del miedo.
Y siguió avanzando con las manos vacías
y la confianza llena.
La Vida sabe.





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