martes, 22 de agosto de 2017

Retiro de agosto en el terrado.








Ella no tiene un guru, como Krishna Das
-la lectura que ocupa parte de sus tardes en el terrado.
No ahí fuera.
Pero tiene estas nubes grises y blancas y doradas y naranjas sobre un fondo de azul claro.

A veces le cuesta dormir porque la atrapa este cuadro de nubes dentro del marco del balcón.
Deja la persiana subida y, tan enamorada de las nubes, que no puede cerrar sus ojos y olvidarlas.

Siente que Buda, Dios o como quieras llamarlo, se resiste últimamente a aparecer en forma humana
pero aparece en forma de nubes, o de montañas, gaviotas y gorriones, o el templo iluminado que corona el Tibidabo, por detrás de la noria de colores.
Nirvana y samsara, la misma manifestación de Buda.
O de Dios. Como quieras llamarlo.





Entonces, en el convento de Sigena, la hermana Estrella (radiante de amor, veinte años enamorada)
le dijo:
"Cómo te vas a enamorar de una mosca, o de un árbol, o de una nube?
Sólo te puedes enamorar de un hombre".
Y a ella le funcionaba, veinte años enamorada de Jesús, como el primer día.

No diría que a ella le funciona de la misma manera este amor no antropocéntrico, no dual.
No de la misma manera que a la hermana Estrella.

Pero, a veces, la contemplación de las nubes dentro del marco de su balcón es como aquellas largas noches de amor, sin descanso.
Desearía soltar, llevarse las nubes al sueño, a ese otro mundo, a ese viaje, pero no está segura de poder hacerlo.
Y se mantiene despierta y atrapada en esa llamada prometedora, como si algo estuviera a punto de pasar.





Ella no está enamorada de un hombre (de nombre Jesús o cualquier otro) pero el sonido de las gaviotas le corta la respiración.
Gira la cabeza y allí está, inmóvil y confiada, como una reina.
Solitaria sobre uno de los tubos de la chimenea, contemplando la tarde.
A veces emite un sonido y calla, y suena una respuesta lejana.
Y vuelve a cantar el canto, y escucha, y juntas forman una melodía.
Y ella las contempla, extasiada.
Y a veces pasa una bandada de gaviotas y se unen como un coro.

Ella no vive el amor místico de la hermana Estrella, enamorada de un hombre.
Pero lo vive de otra manera.




Ahora las nubes han crecido, como gigantes copos de algodón, y han cubierto casi todo el espacio celeste, sobre el horizonte claro e iluminado del Tibidabo, una franja de luz de fuego.

Porque siempre hay un cielo claro detrás de las nubes.

Pero ella adora tanto, tanto, las nubes.
Porque si no se manifestara Dios, o Buda, en la forma de un cuerpo,
cómo iba a verle ella?
Dónde iba a depositar este amor que le estalla en el pecho?





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