domingo, 22 de mayo de 2016

Fin de semana.





Sol suave bajo un cielo de nubes ligeras. Silencio de fin de semana. Tictac.
Ritual del desayuno y tiene por delante 24 horas para ser feliz y hacer felices a los demás (según reza el mantra). O lo que se pueda.
Contempla la mesa del desayuno.
La cafetera vacía y el aroma a café recién molido, cardamomo y limón, y pan caliente, y naranja. Aceitunas picantes de especias exóticas, en un plato de cerámica pintado a mano por las monjas de Sigena. Tahín casero de sésamo y linaza y nueces en un sugerente bote de cristal ovalado. Crema de castañas (marrón glacé en la etiqueta), miel de montaña. Silencio, quietud. Tictac.


Se ve rodeada de cosas bellas, como ofrendas.
No son "superbellas", lujosas, inaccesibles, del nivel de las diosas, sino simples cosas bellas cotidianas al nivel de un ser humano medio.
Siempre se sintió cómoda en la clase media baja, como una zona de confort. Lo necesario y basta, sin más entretenimientos ni responsabilidades mundanas de las que ocuparse. Lo justo es suficiente, y en lo suficiente encuentra la auténtica abundancia. Y el gusto de la libertad.
Quizás tendría que revisar algo de eso ("qué mensaje te estás enviando?", le dice Pascual Girons).
O quizás no, y ya está bien así.
Ella sospecha que el disfrute es el disfrute, la misma experiencia, da igual el objeto que la active.




Le gusta poner orden en la casa (su gompa) y los aromas que la reciben al paso.
El jabón de aceite de coco para la ducha, en el estante de los utensilios para la mochila deportiva.
Las macetas de albahaca, tomillo y romero en el balcón.
Los libros en las estanterías, en el tatami junto al futón donde duerme, en la mesa de trabajo, en cualquier rincón.
El Viaje a la India de Alexandra David-Neel, como antesala de su propio viaje.
En cada título, un cofre lleno de tesoros.




Crac-crac! Un pequeño ruido indescifrable. Se levanta de la mesa del desayuno y explora paso a paso, sin prisa, el pasillo, las habitaciones. En el cuarto de baño la cortina vuela por el aire que entra por la ventana y ha golpeado el pequeño bote del difusor de perfume a lavanda. El bote de cristal y las varitas en el suelo, junto a pequeños charcos de color azul. Lo observa un momento. Seca el líquido azul con un paño limpio y lo deja como aromatizador en un rincón del cuarto. Suficiente. Ya no necesita difusor de perfume en el baño, ahora el aroma se desprende invisible del paño blanco, la tapa de la papelera y las baldosas en el suelo, los difusores de perfume ocasionales. Coge el bote y lo lleva a otra habitación a seguir realizando su cometido.
Nada muere, todo se transforma.

Aprecia esa actitud imperturbable con que navega los acontecimientos o hace inmersión. Cuando se adapta a los elementos y se funde con ellos.





El olor de la menta al abrir la nevera, como un jarrón de hojas verdes en el interior. La evocación del árbol de la higuera en el pasillo. Una película europea en la televisión. La persiana verde cruje al empuje del viento. Chocolate con almendras.
La vida es mágica.
Los pequeños detalles son los grandes detalles. Lo minúsculo es la puerta a la transcendencia.
No hay que buscar en otro sitio.

En cada pequeña llamada, en cada toque de atención de la vida, se abandona, se entrega, se disuelve.
Como agua vertida en agua.




Hace tiempo vivía en un lugar desde donde se veía el mar por las ventanas, y sus habitantes cotidianos. Caminantes junto al perro en el paseo, navegantes en el mar, bañistas en la arena. Corredores al amanecer o al llegar la tarde. La clase de kárate en la orilla de la playa, los viernes al atardecer. Toctoc, la pelota en el frontón del club deportivo, a sus pies.

Cada mañana, cuando sube las persianas, ve también su antiguo paisaje como un saludo de buenos días.
Todo está aquí. Pasado, presente y futuro, manifiesto o virtual.
Todo está aquí y ahora.




1 comentario:

  1. Muy bueno,un escenario detallista con tintes sutiles de budismo,un relato muy acertado.

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