miércoles, 7 de octubre de 2015

Y el Verbo se hizo Carne.





A veces observa que las cosas funcionan, como si realmente ella se hubiera quitado de en medio y dejara el cauce libre.


Llegó a la sala de meditación, después de unas semanas de ausencia, de viaje fuera del país. Con la alegría en el corazón, de volver a abrazar a sus compañeras y compañeros de la sangha.
Hoy facilitas tú, no?, le preguntó C.
Yo? pensó que era una broma. A veces le hacen ese tipo de bromas, a sabiendas de que ella se resiste a conducir la meditación.
No, es en serio, dijo C. Yo facilité la semana pasada y G la anterior; no hay nadie más, te toca a ti.
En serio? Pero he estado de viaje y nadie me ha dicho nada. No tengo nada preparado.
Miró la cara de C, encontró cansancio y tristeza. Cogió el libro de Thay que siempre había en el fondo de los cajones que se quedan en el local de alquiler para la meditación. Lo abrió. Ésta es la meditación, se dijo.
Ok, le dijo a C, ya facilito yo.
La amiga la miró aliviada. Te lo agradezco mucho, le dijo.





Era una meditación guiada, larga. Ella, que siempre prefiere la contemplación en silencio.
Pero nada más entrar en la sala y ver las caras de la sangha, abrió el libro y apareció esa meditación y supo que era ésa.

Inspiro. Y observo mi cuerpo. Y observo el dolor de mi cuerpo.
Espiro, y sonrío al dolor de mi cuerpo.

Dejó apenas un par de minutos para la meditación en silencio.

Inspiro. Y contemplo los contenidos de mi mente.
Espiro. Y sonrío al dolor de los contenidos de mi mente.

Silencio, para inspirar y espirar, el dolor mental, y sonreírle.

Inspiro. Y observo el dolor de las semillas del miedo en mi mente.
Espiro. Y le sonrío al dolor de las semillas del miedo.

Silencio.
Inspiro y espiro.
Y sonrío al dolor del miedo. Lo abrazo, ya no lucho más. No me resisto ni lo rechazo.

Inspiro. Y observo el dolor de las semillas del enfado.
Espiro y le sonrío a las semillas del dolor del enfado.

Silencio.
Inspiro y espiro.
Sonrío.
Abrazo.

Inspiro. Y observo el dolor de sentirme atrapada.
Espiro y le sonrío a las semillas de sentirme atrapada.

Silencio.
Inspiro y espiro.
Sonrío.

Inspiro. Y observo las semillas de la alegría.
Espiro. Y le sonrío a las semillas de la alegría.

Silencio.
Inspiro y espiro.

Inspiro. Y observo las semillas de la rendición, la entrega.
Espiro y sonrío a las semillas de la entrega.

Silencio.
Inspiro y espiro.

Inspiro y observo la plenitud de la liberación.
Espiro y sonrío a la plenitud de la liberación.

Silencio.





La meditación era larga y a veces temía si la gente se estaba aburriendo, o durmiendo. Algunos cuerpos empezaban a moverse, quizás necesitaban estirar las piernas.


Personalmente, dijo al acabar, creo que estaría bien quedarnos ahora 10 minutos más en una meditación en silencio, centrando la respiración en la experiencia presente, cada cual en la suya propia, en la emoción que ocupa principalmente tu vida en estos momentos (el miedo, la ira, el apego, la frustración, la alegría...). Pero quizás hay algunas personas que necesitan estirar el cuerpo, así que pasaremos a la meditación caminando, y os propongo que aprovechemos para seguir meditando en la emoción que domina tu vida en estos momentos. La contemplas, contemplas sus semillas, le sonríes, la abrazas. Y vemos qué pasa.




Siempre siente que la gente puede aburrirse, cuando se ha visto condicionada a facilitar la meditación.
Pero ella simplemente hace lo que hace, sin preocuparse demasiado por los resultados.
Como si no lo eligiera.
Como si saliera solo.
Simplemente lo hace.


Llegado el momento del compartir, comprendió que no se habían aburrido.


Se regocijó una vez más, admirada ante la capacidad de las personas de integrar experiencias profundas, comprender y liberarse.

Gracias, iban diciendo al salir, y no era una mera rutina.
Lo había comprendido al compartir y lo veía ahora en sus caras.

No he sido yo, dijo ella, la primera vez que se despidieron con esa mirada profunda de gratitud.
Luego, simplemente calló, y no dejaba de contemplar, fascinada, la capacidad de abrirse a revelaciones, de las personas, aun cuando ya no son "la luna nueva".
La capacidad de escuchar las palabras de siempre como si fuera la primera vez.
De dejar que las palabras se revelen a sí mismas.
Y que el verbo se haga carne.

La capacidad de renacer.

Les iba viendo salir, con fascinación, admiración, devoción, gratitud.
Sus maestr@s.




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