domingo, 5 de julio de 2015

Caminar de noche en la montaña.





Disfruta del aire caliente, africano, que corre por la casa. Como un abanico que apacigua eso que llaman la ola de calor.
Hoy lo disfruta y siente que algo en su energía mental, y física, se ha vivificado.




Anoche regresó a casa pasadas las 3, de vuelta de la caminata nocturna por la montaña. Llena de retos.
A oscuras, con la única luz del cielo, a medias cubierto, y una luna tardía,
a oscuras pasaban por caminos, a veces atajos poco marcados;
a un lado la ladera que sube y al otro la ladera que baja, el precipicio lo adivinaba por las copas de los árboles en descenso.
A oscuras recorrieron trayectos que, viendo los detalles a la luz del día, quizás ella no se habría atrevido a pasar.
Pero, a oscuras, simplemente miraba donde ponía los pies y seguía avanzando.
Bañada por la gama de aromas de la montaña y el aire relativamente fresco en la piel.
Hubo un tramo que había que hacer sola
y por un momento, o varios, pensaba que se había perdido, porque no había camino y la montaña resbalaba.
Lo único que la mantenía tranquila y la animaba a seguir avanzando era la confianza en la guía.
Ella conocía bien el camino y nunca se habría atrevido a pedirles cosas que no pudieran hacer.





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