domingo, 23 de marzo de 2014

Cuando las 3 Joyas están en el ser que tienes delante.







Apareció un email en la ventana de su smartphone.
Diferente, como cuando encuentras una carta en tu buzón, una
carta-carta
entre la publicidad y las notificaciones del banco.

"Hola, soy J -decía-. Un viejo fantasma del pasado que se resiste a desaparecer."
Pasado, presente, futuro. Todo está aquí, según ella;
lo único que lo diferencia es la intensidad con la que se manifiesta.
Así que el asombro (casi permanente) pocas veces daba lugar a la sorpresa.

Cuando leyó que "él también había descubierto a Las Tres Joyas", entonces sí, casi se estremeció por un momento.
A veces, cuando alguna persona le hablaba de las 3 J, no acababa significando necesariamente una conexión, y a menudo podía ser una separación -desde la mirada del otro. Como si ella perteneciera al equipo contrario.

Cuando algunas personas hablaban de las 3 J solían dar por hecho cosas como que ella también recitaba sadhanas, mantras y oraciones y se postraba ante las estatuas y les ponía ofrendas diarias de agua (y té, alcohol, pasteles, leche y cuajada), y no cuestionaba las instrucciones del dharma (o las demandas de su guía espiritual) y se sentía afortunada y privilegiada por pertenecer a la sangha a la que pertenecía (y no a otra), como un club elitista, como el equipo de fútbol de la victoria.




Pero, en realidad, ella no se postraba tanto ante las imágenes, no solía poner la frente en el suelo, a los pies de las imágenes. Y cuando lo había hecho (1, 10, 100, 1000 veces seguidas) era un gesto de humildad y entrega, sí, pero también era como la prolongación de una experiencia mística de meditación, el impulso de usar el cuerpo (el ejercicio de la postración completa, el cuerpo y los brazos extendidos a lo largo, la frente tocando el suelo) para deshacerse del cuerpo. Postrarse mil veces ante Vajrayoguini hasta soltar su propio cuerpo, palabra y mente (quitarse de en medio) para dejar sitio al cuerpo, palabra y mente del gran gozo y la vacuidad. Así es como era entonces.

La entrega, la rendición. Quitarse de en medio para hacer posible que emerja el ser que importa. Esa fusión.

Un amigo le había dicho:
Al principio ves la montaña (y te la crees);
luego no ves la montaña (y la niegas);
finalmente vuelves a ver la montaña, pero no es la misma montaña del principio.




Pues eso.

Ella hacía mucho tiempo que había dejado de postrarse ante las imágenes porque había vuelto a ver a los seres humanos y las montañas y todo aquel escenario de sufrimiento al que había renunciado durante tanto tiempo.
Pero ya no era un escenario de sufrimiento.
Ahora volvía a ver la montaña y a los seres humanos y el mar que siempre la había perseguido. Y se postraba ante ellos. No necesariamente ponía la frente en el suelo; quizás era sólo una sonrisa, o una mirada, o un silencio, o unas palabras. Pero así era como ella se postraba ante Buda. Y allí era donde ella encontraba el dharma. Y a la sangha.




Así que cuando se encontraba con alguien que la reconocía como su hermana espiritual, porque ella también había encontrado a las 3 J, ella aún sentía como un pellizco momentáneo en el estómago.

Con las personas "ordinarias" (las que no habían encontrado a las 3 J)
solía ser más fácil.
No esperaban nada de ella, así que ella podía conectarse directamente, naturalmente.
Cuando las dos partes dejaban emerger al Buda que llevan dentro, sin interferencias.
Sin que la tradición, la religión o el nombre específico que le daban a su Dios personal
les separara.






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