viernes, 15 de febrero de 2013

El dolor también soy yo mism@.











A veces hacía "retiros" de entreno duro, sólo para cinturones negros, durante un puente largo o una semana. Se levantaban temprano, corrían por la montaña (no importa que lloviera o brillara el sol), hacían katas y combates (en realidad le llamaban "kumite reflejos", sin opción al contacto físico)
y meditaban en cuevas, en las ruinas de algún antiguo monasterio o junto al mar. Luego, muchas veces, entraban en el mar, con kimono o sin él. El agua era fría de invierno y el maestro les
animaba con gritos, de "adelante", "sin pensarlo", "rápido", etc.
Sin embargo, ella entraba lenta y decidida, sin titubear pero sin prisa.
Un día que el maestro animaba al impacto rápido, ella le dijo:
A mí me gusta entrar así, lentamente, por qué?
Él le respondió:
Porque usted acepta.

En su época universitaria, en algún momento su organismo se desequilibró y los médicos sospechaban algún tipo de úlcera. Había que hacer una radiografía y tomar antes una especie de jarabe amargo. Ella lo bebía sorbo a sorbo, con determinación pero sin prisa.
El médico le dijo: ¿Es que te gusta?
Ella no supo que contestar; eso que llaman delicioso, precisamente, no era.
Parece que estés degustando un manjar, bromeó el médico. Tómatelo de una vez y así evitas el mal trago.
Bueno, malo, qué más da -pensó ella. Es lo que es. Para qué perdérselo.








Cuentan que a Ramana Maharshi le apareció un tumor que hubo de operar en varias ocasiones, al final con cirugía mayor, y él seguía negándose a ser cloroformado. Cuando un devoto le preguntó si
no sentía el dolor, él le respondió:
Ni siquiera el dolor es algo ajeno a nosotros.
Incluso la enfermedad que devasta mi cuerpo no es algo ajeno a mí mismo, el Ser.
El dolor también soy yo mismo, cómo rechazarlo? Aunque quisiera, no podría.


A otro discípulo que se lamentaba al ver que su maestro se moría, le dijo:
Sufres como si tu maestro se estuviera yendo, pero cómo podría irse, a dónde?
El cuerpo puede ir y venir pero el ser no sabe de eso porque él no experimenta la impermanencia.


Finalmente, comprendí que la muerte no existe.
Y me relajé.

A mí me gusta mucho meditar a menudo, cada día, en las palabras del yogui:

"Primero, debido al miedo a la muerte, corrí hacia el dharma.
Luego me adiestré en el estado de la inmortalidad.
Finalmente, comprendí que la muerte no existe.
Y me relajé".






Es en ese preciso instante
cuando el buscador muere
y deja paso
al Ser.




En budismo le llaman el continuo que no cesa.


Ella me miró a los ojos y me lo dijo:
Al igual que el yogui, deja de identificarte con el yo al que te aferras;
empieza a designar "yo" en el continuo que no cesa (el Ser, la mente muy sutil, llámalo como quieras)
y habrás vencido a la muerte.




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