miércoles, 25 de enero de 2012

Después del éxtasis, la colada.









Quise entrevistar a Lee Lozowick cuando vino a Barcelona porque era el maestro de Mariana Caplan, a quien admiro. Una persona con su trayectoria espiritual, Mariana Caplan, y tan humilde a la vez, como si en cada palabra de su interlocutor/a, en cada apariencia en el camino tuviera algo nuevo que aprender.
Amable, sencilla, atenta y cuidadora, feliz, Mariana es un modelo inspirador.
La trayectoria de su maestro, Lee Lozowick, es aún más larga e intrincada. Ha fundado varios ashrams en diversas partes del mundo (Arizona, Francia, India) y allá donde va le acompaña una corte de preciosas e interesantes seguidoras (la mayoría mujeres). Algo tendrá.
En la entrevista lo supe, lo vi, que había tenido profundas experiencias y tal vez realizaciones de expansión de la conciencia en meditación. Hay quien le llama iluminación.
Y sin embargo, sus formas pueden ser a veces hostiles y de menosprecio, en especial hacia esas personas instaladas en su zona de confort que se niegan a soltar, y avanzar. O sea: la mayoría de los seres humanos. (Quizás tú y yo).
Alguien podría confundirle con un misántropo.

Una vez acabada la entrevista (cuando yo ya estaba recogiendo mis notas), le pregunté, ya fuera de cámara:
Y de qué nos sirven todas las realizaciones espirituales y profundas experiencias de transcendencia, si no se manifiestan en la vida cotidiana?
Él me miró fijamente y dijo:
Yo al amor todavía no he llegado;
mis estudiantes creen que sí, pero no he llegado. ¿Tú sí?
Le miré a los ojos y sonreí:
En ello estoy.

De qué te sirve?






El camino espiritual
no es uno, singular y concreto.
Seguramente hay tantos caminos espirituales como personas.
Cada cual conoce su propia experiencia.
Hay personas que han estado ahí, han tenido profundas realizaciones.
Han despertado por un momento,
o por un año, o por diez.
Han visto la verdad.
La Verdad (lo dicen en mayúscula).
Y qué?
Rabjor dice: de qué te sirve?
De qué te sirve, eso es lo que importa.


¿Y tú? ¿Ya has llegado al amor?

Si una noche mirabas el cielo estrellado en el desierto de Arizona, o de Almería,
o en lo alto de la montaña más alta de Sierra Nevada, o en el mismo Everest,
o entrabas en el agua más cristalina del planeta
y te sentiste disolver,
diluir,
fundirte, mezclarte,
ser Uno
con Dios
o ser Nada,
nada, en minúscula.
Si has sentido el amor crecer en tu pecho
hasta romperlo
y ves que no hay pecho,
sólo amor, Amor en mayúscula
o en minúscula, da igual.
Todo eso está muy bien
y me regocijo -como dirían mis amig@s budistas.



Pero la prueba del algodón llega luego.
Después del éxtasis, la colada
-como dice otro amigo budista al que llaman Jack.

Has estado ahí, OK, bien.
Y luego qué?
¿Has vuelto relajad@, liger@, suelt@?
¿Ya no te da miedo la vida, y cuando te da miedo lo ves y sueltas?
¿Ya no te enfadas, y si te alteras
lo ves, y lo cambias por amor sin apenas esfuerzo;
o con esfuerzo, pero lo cambias?
¿Es más fácil amar que antes
del viaje
o por el contrario esta vida contaminada que ya no deseas aún duele más, porque sigue presente
y duele más?



















La adicción al bienestar.

Hay personas que, después del éxtasis, ya no aguantan la colada.
Y tener que estar en la colada les produce una rabia enorme, que a veces desemboca en la depresión, adicciones varias (hay maestr@s espirituales que cuando han perdido la "gracia" se han sumido en el alcoholismo y otras drogas, buscando abrir de nuevo la puerta que los estupefacientes nunca van a abrir)
y hasta la misantropía.
A veces, la pérdida del amor puede ser tan frustrante que se convierte en odio, un odio intenso,
como una rabieta infantil
y peligrosa.







Pero todo eso no es más que una manifestación más
del apego
a que se cumplan tus deseos,
el egocentrismo,
la adicción al bienestar
que es la causa de todos tus sufrimientos.
Y de esto no se escapa ni el camino espiritual.
Porque el ego (el "yo primero") se disfraza de lo que se tenga que disfrazar
para sobrevivir,
y da lo mismo el camino que tomes, allí estará.


Lo importante es lo que haces con ello.

A no ser que entiendas que eso no es lo importante, el éxtasis no es tan importante
(como pasártelo bien durante la proyección de una buena película o en el transcurso de una excursión o una inspiradora noche de amor y sexo).
Pasárselo bien es sólo eso: pasárselo bien
cuando se dan las condiciones.
Eso no tiene mucho mérito.

Lo importante es lo que haces con ello.

Mira tu vida. Contémplala
sinceramente, abiertamente, sin miedos ni prejuicios.
Y observa si el éxtasis que alcanzaste, el nirvana donde crees estar,
está en tu vida cotidiana.
Si aún sigue en tu mirada.
Y te permite ver la tierra pura
que siempre ha estado ahí, rodeándote;
si te cruzas con auténticos héroes y heroínas cada día,
si los ves.
Si te postras ante ellos
(aunque nadie lo vea, o tal vez sí).

Y es que, amigo mío, lo que importa no es el éxtasis
sino la colada.


Si la colada
ya ha pasado a formar parte
del éxtasis.















.

2 comentarios:

  1. Es muy tentador instalarse en el éxtasis, pero la vida se encarga de ponernos en nuestro sitio, al cabo de poco o mucho , pero nos pone en la colada, es un término muy apropiado.
    De ahí mi sensación de vivir en una montaña rusa, arriba y abajo, abajo y arriba
    y si no te paras y te lo planteas puedes acabar con una esquizofrenia galopante o cuanto menos muy desconcertada y/o enferma.
    Lo digo con conocimiento de causa, estoy ahí pasando de una molestia a otra, mi cuerpo se revela ¡aclárate un poquito, porfa!
    Y yo le digo, bueno, dame tiempo todo esto de la espiritualidad es muy sabrosón, pero nadie dijo que sería fácil ¡ya me gustaría! , ¡tengo que reajustarlo a mi colada!, porque de lo contrario, ¿para que me sirve? (esta es la gran pregunta).

    Espero estar pronto recuperada y volver a veros.

    Besitos

    Cati

    ResponderEliminar
  2. Cati, te echamos de menos.
    Deduzco que hoy tampoco vendrás a clase.
    Te llamo y me explicas.

    Un beso.

    ResponderEliminar